Andamos perras, andamos diablas
Cristina Rivera Garza es una escritora mexicana radicada en Estados Unidos que, como toda persona originaria de la frontera, hace malabares entre dos idiomas, dos culturas y dos tradiciones literarias. En los últimos años, pocos libros me han sorprendido tanto como las novelas y ensayos de la tamaulipeca que parece no conocer fronteras entre géneros literarios.
Lo mismo nos regala ensayos sobre la escritura y sus nuevas formas (Los muertos indóciles, 2013) como novelas autobiográficas construidas sobre un trabajo de investigación documental exhaustiva (La autobiografía del algodón, 2020).
Si tienes ganas de leer algo diferente, que sea un reto y al mismo tiempo te recuerde el poder de la palabra escrita ¡tienes que leerla! Ya sea que elijas una de sus obras con los ojos cerrados o por el título (¡Que de títulos esta escritora puede dar cátedra!) sin duda te va a sorprender lo que te vas a topar.
Ese fue mi caso cuando supe que en agosto de 2020 lanzaba dos libros nuevos: “El invencible verano de Liliana”, relato crudo a más no poder del feminicidio aún sin justicia de Liliana Rivera Garza, hermana menor de la escritora; y “Andamos perras, andamos diablas” obra con la que inaugura su colaboración con Dharma Books, una editorial independiente que está haciendo las cosas muy bien.
Este segundo libro representa un caso especial en la obra de Cristina, es una reedición, si es que se le puede llamar así, de su primer libro. La novela fragmentada o libro de relatos que publicó en 1991 y que recibió un premio nacional de cuento en 1987.
Sí es una reedición, pero a la vez no lo es, reeditar un libro es re imprimirlo ejerciendo cambios sustanciales en su contenido o diseño. En esta ocasión sucedió algo un poco diferente, el contenido del libro es idéntico al de los ochentas, solo cambió en un aspecto crucial: el título.
Originalmente publicado como “La guerra no importa”, en este libro muy breve conocemos por primera vez a los personajes que volveremos a ver, o a reconocer en otros relatos de la autora, y vemos el primer atisbo de lo que con el paso de los años se convertiría en un estilo inconfundible.
Construido una frase impactante sobre otra, no nos da mucho espacio para respirar y qué bueno, porque algunos de los cuentos huelen a smog, otros a calles sucias y otros más a muros mohosos en los que una no puede evitar quedarse a curiosear, porque siendo el espectador puedes adivinar que algo importante sucede ahí y no puedes esperar a saber de qué se trata.
La decisión de cambiar el título del libro pareciera una búsqueda de reinterpretación de las historias de mujeres que experimentan el amor y la vida dejando a sus sentimientos desbordarse, resistiéndose a ser dóciles en una entorno opresivo.
Es en esta interpretación donde vemos la relación entre ambos libros, el relato de la pérdida atroz de Liliana y las vivencias de personajes ficticios que sobreviven en contra de todas las probabilidades, van al mismo punto, duelen en el mismo lugar.
Gracias a Cristina por compartirnos lo que sucede en tu interior y por regalarnos relatos que nos cimbran.
Por Fernanda Huerta